Solemos pasar por la vida con un único interés: nosotros.
La vida, tan solo es lo que pasa al nuestro alrededor. Lo demás no importa. Lo demás son molestias, preocupaciones, malestares que, si no los miras, no existen y no te afectan.
Resultamos impactados por las imágenes de un niño fallecido en un cayuco, pero, ¿qué hacemos? A lo sumo, enviar una SMS con la palabra AYUDA por 1’5€. Y ya está. Pasemos página.
La vida, las vidas, no son tan sencillas. La vida no es una carretera recta, bien asfaltada sin apenas tráfico. La vida es un puerto de montaña al que debes subir pedaleando y con esfuerzo. La recompensa, cuesta.
El nivel de esfuerzo que solemos aplicar, depende de muchos factores. Depende de una genética personal, de un cuestión educacional y/o familiar e, incluso, de una cultura de pueblo/región/país. Estos factores, combinados, hacen que existan personas con mayor o menor capacidad de esfuerzo.
Luego está dónde dedicamos ese nivel de esfuerzo. Algunos lo aplican a nivel personal (en el deporte, en su formación, en el trabajo..) y otros a nivel social (ONG, asociaciones sociales o culturales, entidades de interés social..) y cada uno de nosotros lo hace con un objetivo. Igualmente, este objetivo puede ser de muchos tipos, pero normalmente, están dirigidos a una satisfacción personal. Una cuestión de realización personal, emocional o social que nutre nuestro ego y nos permite reforzar, o no, nuestros objetivos de vida.
Me siento defraudado, y siento que defraudo, porque los esfuerzos y los objetivos son cada vez más particulares. Más «nosotros» y «para nosotros». Lo demás no existe si no me toca y puedo convivir con la ignorancia de las cosas horribles que pasan no tan lejos de nuestra ansiada «burbuja de cristal».
En algunos momentos, llego a pensar que la responsabilidad de todo lo que ocurre está en cada uno de nosotros. Que lo que ocurre a mi lado, aunque no me afecte es consecuencia de mis actos y que he participado de una manera implícita en que ocurran y que no tengan una mejor solución. No implicarme, me hace responsable de los problemas que ocurren. En una pequeña parte si se quiere, pero responsable al fin y al cabo.
Mentalmente, intento justificarme y acomodo mi forma de pensar a lo que más me conviene. Busco una lógica completamente absurda que me ayuda a vestir mi repugnante objetivo de vida basado en el «nosotros» y «para nosotros». Lo peor es que soy consciente de que me miento. Y lo que detesto es que acabo comprándome la lógica porque me permite dormir algo mejor.
En esa lógica acomodada, me voltea una idea constantemente acerca de cómo hemos llegado a esta situación. Mi pensamiento llega a esta cuestión, pensando en cómo es posible que un país o región, esté tan dividido en cómo debemos construir un modelo de vida adecuado para todos. Y la respuesta, por sencilla, me parece errónea. Pero no. Creo que no.
Me sorprende que la gente seamos incapaces de ver cómo funciona el mundo. Que reduzcamos nuestra participación en el «todo» con una ligereza exagerada a unas simples votaciones. A participar, muy de vez en cuando, en cómo gestionar una comunidad de vecinos, un colegio, una comunidad autónoma o un país. En votar.
Y me centro en la acción de votar porque es la única pizca que nos queda de participación en esto que se ha formado llamado «sociedad» y que nos ayuda a confirmar esa cómoda lógica de «ya hago lo que me toca».
Y votamos a partidos de derechas o de izquierdas. Y votamos a líderes que representan, o lo creemos, a un tipo de filosofía de vida o a otra. Ambas formas de pensar son fáciles de entender. Se genera una bipolaridad (como en muchos aspectos de la vida) y tienes que elegir. Y esa elección parece vital. Parece que tengas el poder de que, con tu voto, puedas inclinar una balanza hacia cómo crees que se debe gestionar un país. De izquierdas o de derechas.
¡Qué equivocación! ¡Cómo hemos caído en la trampa! No existe una opción buena. Y no existe porque la forma de entender el mundo es completamente errónea. No es una cuestión de izquierda o derecha si no de arriba o abajo. Esta es la realidad.
La imagen que encabeza esta entrada (f(x)=x^2, representa perfectamente la idea que quiero comentar. La derecha y la izquierda, cuando más se polarizan, más arriba se sitúan y eso hace que estén demasiado alejados de la base, la gente. El eje vertical es el poder y el horizontal el grado de izquierda o derecha que uno cree sentir.
Es una cuestión de poder y de cómo y quién lo gestiona. Ambos lados, izquierda y derecha, lo único que pretenden es estar arriba. Arriba en el poder. Cuanto más arriba mejor. Por que cuanto mayor poder se gestiona, más parece que ayudan y eso no es verdad. De hecho, ellos nos intentan inculcar que «prosperar», ya sea hacia un lado o hacia otro, te va a permitir estar más alejado de la base y, por tanto, más alejado de los problemas. Y nosotros comenzamos a subir el puerto, disfrazado de progresistas o de conservadores, y nos generamos nuestro abrigo intelectual que nos protege del gélido ambiente de la realidad que cada vez queda más abajo. Y nos sentimos orgullosos, sin perder lo que parece que son nuestros principios. Y creemos nos perderlos porque, los que están arriba, nos envían mensajes muy bien pensados y estructurados para pensemos que el esfuerzo y el objetivo acabarán valiendo la pena.
Y te pones a pedalear. Y lo haces sin mirar atrás. Lo que dejas, es lo que quieres dejar. y tu objetivo, ¿por qué no? te lo mereces más que el que te persigue en el ascenso. Al final, cuando llegas a una zona sin desnivel, a veces encuentras un punto desde donde observas la hazaña que has conseguido con tu esfuerzo y trabajo y, por muy seca que se vea la meseta, eso es algo que ya no te debe preocupar.
¿Qué hacer? Se preguntará el lector (¿Estás ahí? Bien!) No es fácil, pero creo que la solución pasa por no subir. Al menos solo. La solución pasa por subir acompañado por el mayor número de personas posibles. La solución pasa por formarnos, asociarnos y participar. Ayudar y dejar que te ayuden. En pensar en que «ese problema» te podría haber pasado a ti en otras circunstancias y que solo la suerte, no el ingenio (lo siento), ha parecido acompañarte en un punto concreto de tu ascenso al puerto de montaña.
No quiero sonar romántico ni iluso, pero creo que el esfuerzo que se hace se debe mantener pero reenfocando el objetivo y dejar de lado a un «nosotros» reducido y pasar a un «nosotros» masivo. Los de arriba nos lo van a poner difícil porque el poder es dulce y adictivo y no van a renunciar a él. Ellos practican el «divide y vencerás» y, si caemos en esa división, vencerán.
No pienses en izquierda o derecha, piensa en arriba o abajo y que es muy incómodo estar mirando siempre hacia arriba esperando consejos, órdenes, migajas y mentiras.