Ya hace mucho tiempo que vivimos el problema territorial en Catalunya. Hace mucho tiempo que todos y cada uno de nosotros tenemos sensaciones y sentimientos que influyen en la forma de relacionarnos entre amigos, familiares y compañeros de trabajo. Incluso hace mucho tiempo ya que ni siquiera lo podemos tocar como tema de conversación. La típica polarización. Cuanto más tiempo pasa, más polarizadas (y enquistadas) las posiciones.
Para entender lo que pretendo explicar, quizás sería conveniente primero definirme.
Soy un chico de 46 años, padre de familia, nacido en L’Hospitalet de Llobregat (Barcelona), que vive en Bellvitge (barrio muy humilde y creado por inmigrantes en los años 60) y que comparte barrio con un sinfín de culturas, religiones y nacionalidades. Hago servir los servicios públicos (educación y sanidad mayoritariamente) y me gusta pensar que tengo un pensamiento basados en las libertades personales y en el respeto al diferente (en cualquiera de los sentidos que, para ti, pueda tener diferente). Soy castellanoparlante desde que nací y me relaciono en castellano el 90% de mi tiempo. Aprendí catalán en la escuela pública (más mal que bien) y he conseguido parecer que lo hablo bien después de ponerlo, por fin, en prácticas cuando he salido de mi hábitat castellanoparlante. Soy hijo de inmigrantes (sangre de Badajoz y de Palencia) y por mis venas hay un largo repertorio de territorios «around the world». En mi barrio lo calificábamos como «mil leches». Cuando era pequeño, me llamaban «charnego». No em mi barrio, evidentemente, pero sí en aquellas excursiones o pequeños viajes que hacía por Catalunya. Cuando salía de Catalunya, me llamaban «polaco». Nunca lo entendí, pero me generaba una cierta gracia. Siempre pensé que estaba en un terreno de nadie. Por este motivo decidí defender a Catalunya fuera de ella y defender España cuando estaba en Catalunya. No sé si era una posición poco coherente, pero sí que me permitió escuchar y aprender argumentos de todas las partes. Ninguno me convencía, pero me los hacía míos para cuando saltaba al «otro» territorio. Al final, en mi cabeza fui recogiendo argumentos para todos los gustos. Eso, que en su momento era una cuasi doble personalidad, creo que hoy me ha da una visión muy amplia para construirme un argumento propio, personal y que permite pocas injerencias del Gran Poder que son los Medios de Comunicación. Y, por último, he de decir que no existe NINGÚN partido político que me represente. Todos los que he conocido, sin excepción, han llegado a decepcionarme en algún momento. Es normal, no redacté yo sus Estatutos, era cuestión de tiempo que nos encontráramos en algún punto divergente. Pero si tuviera que definirme políticamente sería, a muy grandes rasgos, como progresista, republicano, agnóstico (o ateo, que uno no sabe ya ni cómo autodefinirse) y anti-«antis» (en contra de cualquier grupo u organización que sea anti-«algo»). En resumen, clase media-baja, obrera y no religiosa.
¡Ojo al auto-análisis! Creo que hacía falta.
Nunca me han gustado los enfrentamientos. Puedo decir orgulloso que jamás me he visto involucrado en una pelea. He discutido, ¡cómo no!, pero nunca hasta el punto de que me jugara mi cara por algo. Con esto quiero decir que, los enfrentamientos deben ser siempre dialogados y argumentados. Cuando se llega a una situación de no acuerdo, hay que retirarse a meditar y a dejar pasar el tiempo.
Nunca he sido independentista. De hecho, nunca he entendido qué es el independentismo. Siempre me ha costado entender los argumentos de los nacionalismos. Territorios marcados a fuego y con un instinto de posesión que atraviesa transversalmente cualquier dinámica de la historia. Veo cómo colocan los hitos en algún punto de la historia y como, a partir del mismo, se aseguran cosas y se niegan las otras. Entiendo la historia como una cadena infinita y que nos ha tocado vivir en un pequeño eslabón. Entender el eslabón en el que nos ha tocado vivir es una ciencia, pero lo es inexacta. Cada vez que miras atrás, ves eslabones oxidados. Los motivos del óxido son multifactoriales, y cada uno los dibuja como bien entiende y pretende. Pero la verdad, al final, y como dijo nuestro gran Josep Pla, son pedacitos de un espejo del que cada uno de nosotros tenemos un pequeño trocito. Todos creen tenerla pero nadie la posee.
El eslabón que nos ha tocado vivir, es muy complejo. Y lo es porque, como siempre, han venido unos cuantos a complicarlo. Y lo complican porque entienden los territorios como sus cortijos. Terratenientes que quieren controlar todo lo que pasa dentro de sus lindes y que hacen lo que sea para intentar hacer entender al colindante que sus privilegios están por encima del otro. Y aquí comienzan a aparecer las explicaciones sobre cómo el óxido afecto al eslabón precedente y cómo todos asignan la responsabilidad del óxido a las malas artes del contrincante. Y nunca sacamos agua clara. Cada terrateniente construye en su cortijo las estructuras necesarias para hacer comprender al ciudadano de a pie toda su argumentación sobre: la historia que nos ha traído aquí, los motivos económicos, las razones históricas, los argumentos más básicos (territoriales/sentimentales)…. Y todo con un apoyo de los Medios de Comunicación brutal (¿abusivo?). Y claro, el habitante del cortijo atiende a su terrateniente primero y comienza a «comprarle» los argumentos y, al final, se hace suyos los argumentos. A veces, muy raro, aparecen personas que pretenden (pretendemos) escuchar los que dicen los «otros».
Y la problemática, creo, y aquí ya comienza una opinión muy personal, es una cuestión de principios. De argumentos básicos. Casi instintivos. De creencias que nos hemos hecho nuestra. Que son nuestro ADN sobre la convivencia social. De aquello que nos decían sobre la Democracia. De aquello que practicas en clase para elegir delegado. De lo que haces en tu comunidad de vecinos para cambiar el color de la pintura. De la participación por mayorías. Es el arma que se nos ha querido dar para sentirnos parte de «esto». Para creer que lo que decimos, cuenta. Para obligarnos a encontrar aliados, cómplices y compañeros. Y he aquí el punto más importante, desde mi punto de vista: ¿Cómo se ha conseguido en Catalunya una masa social TAN grande que considera que debemos opinar sobre cómo queremos participar en «esto»? Un 80% de la población en Catalunya quiere participar de la decisión. Quieren elegir el color de la pintura de sus Gobiernos, quieren elegir el delegado que se chive al profesor y quieren, sobre todo, tener el derecho a creer que, lo que compramos todos los años atrás, sirve de verdad y que no es una herramienta con un botón que solo cuando los terratenientes del cortijo de al lado les apetece, nos dejan apretar. Nos han puesto la miel en los labios y ahora nos dicen que escupamos la Democracia. Que es un juguete para mayores y que no está a nuestra disposición porque lo podemos romper. AMIGO! Eso es muy difícil. Yo quiero usar aquello por lo que pago. Quiero usar ese juguete. Es que lo he pagado. Alguien me habló de multipropiedad, pero nadie me dijo que, aunque pagara más días, podía disfrutar los mismos que los que habían pagado menos. NO! Yo no quiero usarlo más que los que han pagado menos, quiero usarlo igual que todos. No menos.
Y en esta tesitura se encuentran, independistas, republicanos, progresistas, apolíticos, anarquistas, anti-sistemas, nacionalistas, «unionistas», monárquicos… Es decir, todos los habitantes de este cortijo. Y resulta que nadie quiere escucharlos. Que nos dicen que los del otro cortijo que no quieren que opinemos cómo pintar las paredes del nuestro. Ni que decidamos qué queremos plantar en nuestras tierras. Que no les interesa que tomemos decisiones.
¡QUE NO LO ENTENDÉIS! Que la gente NO quiere quedarse con las tierras. Que no quieren marcar territorios (muchos sí, es verdad). Que no queremos quitar nada a nadie. Que lo único que queremos es decidir qué queremos hacer con este cortijo que nos ha tocado y que tenemos una GRANDÍSIMA oportunidad de re-dibujar, de poder crear un sistema que permite que el eslabón no acabe oxidándose. Queremos pensar que podemos decidir y que nos dan la voz.
Y éste es el problema. En Catalunya, este cortijo en el que nos ha tocado vivir durante nuestro eslabón de la historia, queremos darle un lavado de cara. Queremos poder cambiar las reglas. Queremos una renovación en las estructuras que hasta ahora había. Queremos gente honrada que nos escuche y nos entienda. Queremos romper con lo que había hasta ahora (de cualquier color, tanto da) y construir un escenario que le vaya mejor a nuestros descendientes. Es una oportunidad tan única e ilusionante que es MUY difícil que nos convenzáis de los contrario.
¿Os imagináis poder pintar las paredes de nuestro cortijo de varios colores a la vez? Y poder decidirlo entre todos. Que gane el más ilusionante de los proyectos.