Podría parecer un sinsentido, pero creo que, como de toda situación negativa, podemos sacar un aprendizaje positivo.
Y es que, esta pandemia, nos ha enseñado a descubrir aspectos que no teníamos presente anteriormente. Me recuerda aquella frase de «a la fuerza ahorcan». No ha habido más remedio que adaptarse a la nueva situación que se nos ha planteado ante un reto sanitario sin precedentes (al menos, en la época moderna). Es evidentes que, como cualquier cambio, nos ha generado una resistencia natural que hemos debido combatir y vencer, pero creo que nos ha permitido sacar aspectos positivos en los que me quiero centrar en esta nueva entrada del blog.
Horas, días y semanas sin apenas poder salir a la calle, sin tener una vida normal en cuanto a movilidad, sin poder disfrutar de los tuyos y practicando algo que se ha convertido, de repente, en el futuro de nuestras vidas: el teletrabajo.
Es en este punto donde quiero dedicar mis pensamientos e intentar profundizar en todas las ventajas que podría aportar su práctica generalizada.
El teletrabajo tiene sus defensores y sus detractores. Como todo en la vida. Pero creo que todos tenemos algunos puntos en los que estaremos de acuerdo:
- Tenemos que madrugar menos puesto que no debemos utilizar el tiempo de traslado hacia nuestro puesto de trabajo
- Podemos atender mejor a las personas dependientes (hijos, mayores y otros dependientes)
- Estamos en un entorno conocido al que no debemos acostumbrarnos y en el que tenemos «todo a mano»
- Cuando acaba la jornada laboral, pasar a mi tiempo personal es inmediato
Creo que son puntos objetivamente positivos. Matizables, pero positivos en general. Sé que se le pueden poner pegas, como a todo, pero creo (y este blog no deja de ser una exposición de opiniones) que, salvando los matices, son puntos genéricamente positivos.
En una visión algo más ambiciosa, se me ocurren algunos puntos que podríamos añadir a este listado. Tienen que ver con conceptos más mercantiles y sociales, pero que creo que democratizará algunos puntos vitales que, hasta ahora, habíamos sacrificado en nombre del progreso.
Me refiero a la forma que tenemos, al menos en el «primer mundo», de organizarnos en comunidades.
Me refiero a la concentración de la masa laboral en ciudades y el decremento paulatino e insalvable de población en las zonas rurales de España. Me refiero a pagar un coste demasiado elevado (se acercaría a la usura) por un puñado escaso de metros cuadrados de vivienda. Me refiero a la especulación sangrienta que la población activa sufre cuando debe acercar su vida particular a los grandes centros de negocio (grandes ciudades). Me refiero a la inconsciente aceptación de que la ciudad nos aporta lo que necesitamos. Me refiero a las pocas (o ninguna) opciones que tenemos para elegir nuestro lugar de residencia por la dependencia de la cercanía al puesto de trabajo. Me refiero a la posibilidad de disfrutar de entornos más salubres y adecuados para la evolución como persona. Me refiero, básicamente, a salir del orden establecido.
El Coronavirus nos ha planteado un nuevo reto: el teletrabajo.
El teletrabajo nos ha planteado nuevas oportunidades: como quiero vivir.
La tecnología, a pesar de que tenía tantos detractores a la hora de presagiar una e-sclavitud, hoy nos ofrece un sinfín de posibilidades para llevar a cabo nuestro trabajo de forma eficiente y productiva sin tener que estar anclado a un centro de trabajo.
Los nuevos perfiles de trabajadores necesarios, los nuevos procesos productivos, la nuevas forma también de poder controlarnos, ha democratizado lo que hasta ahora era solo una opción para los más atrevidos y osados.
Hoy puedo trabajar, sin perder un ápice de mi eficiencia, en un entorno rural a 600 km de distancia de donde estaba mi centro de trabajo. Hoy puedo acceder a todos los datos que necesito para poder realizar mis funciones, desde un barco en mitad del mar Mediterráneo. Hoy puede realizar una videollamada y charlar acerca de temas empresariales desde un recóndito y paradisíaco paraje rodeado de naturaleza. Hoy sí se puede.
Hoy podemos, y debemos, rehabitar zonas deshabitadas y abandonadas. Hoy podemos, y debemos, no gastar el 40-50% de nuestros ingresos en un pisito de 50 m2 en mitad de una ciudad agobiante. Hoy podemos, y debemos, ser coherentes con lo que queremos para nuestras vidas y para nuestros seres queridos. Hoy podemos, y debemos, readaptar los esquemas de sociedad que se habían normalizado pero que «saturaban» nuestros hábitats. Hoy podemos ,y debemos, poner fin a los especuladores inmobiliarios y financieros. Hoy podemos, y debemos, corregir nuestra huella ecológica siendo más conscientes del nuevo entorno que nos vamos a construir.
Las oportunidades que se dibujan en un futuro inmediato son enormes. Solo depende de nosotros organizarnos de forma inteligente y aprovecharnos de esta nueva situación para conseguir lo que, espero, muchos anhelábamos.